viernes, 12 de marzo de 2010

La balada del samurai...

 Las miradas de los hombres no tenían fin aquel día. La muerte se sentía en el ambiente; el hambre, la sed, la fatiga y el miedo los rodeaban, sabían que muchos no volverían a verse; padres e hijos, hermanos, amigos, y camaradas de uno y otro ejercito, hombres valerosos que esperaban una orden para enfrentarse y decidir el destino de aquella batalla decisiva.


Poder, la ambición más grande de los Shogun, el más fuerte dominaría toda la región, un valle de colinas rojas y de cerezos desnudos anunciando que el frío llegaría en cualquier momento. El frío traería hambre y más bajas inevitables por la falta de suministros en ambos bandos. Querían evitar estos sucesos los grandes señores, para que su encrucijada terminara pronto.

El día parecía noche por las oscuras nubes que asomaban aquel día. La noche pareció día por las llamas que iluminaron todo el valle hasta las barrancas que llegaban al mar. No podía haber descanso, no podía haber errores, quien bajara la guardia sería el vencido y su honor despojado por siempre.

El viento rugía sin cesar aquel día, en el ambiente una misteriosa brisa recorría los cuerpos de los guerreros, todo se detuvo en ambos bandos al sentir la brisa transformada en una balada muy triste, perdiendo la mirada llevándolos a los recuerdos de la niñez, de los seres amados, de los que no estaban, del hogar dejado y vagaron los recuerdos. Esa misteriosa balada resucitó los ánimos y a la vez los entristeció; no era una balada cualquiera, su melodía era de muerte, de vida, de honor, de gloria, de esperanza, era la balada del samurái. Sus enemigos lo respetaban; hasta el mismo Shogun el gran señor del ejercito contrario pidió que le perdonaran la vida si era posible (es conocido que todo guerrero cometía seppuku si era atrapado para morir con honor y este no fuera desvergonzado a vivir sin honor) y que trajeran su instrumento de viento a que tanto honor hacía.

No solo con gran habilidad tocaba su instrumento, también lo hacía con sus armas con gran maestría que todo enemigo llegó a temer y respetar. El guerrero del viento (así le conocían) acabó con su melodía, era la señal que la batalla comenzaría. La batalla que pronto terminaría.